El Cristo de los Andes - La leyenda de Caspicara
Los sacerdotes de la Compañía de Jesús no podían creerlo. Manuel Chili, el pequeño niño indígena que se colgaba y correteaba por los andamios y pasadizos de la iglesia mayor de los jesuitas en Quito de pronto se había convertido en un gran artista.
Sorprendidos por la habilidad artesanales demostrada por el joven, los jesuitas decidieron tomar a su cargo la educación, darle vivienda, comida y un poco de dinero ya que en ese entonces los artesanos no gozaban del mismo trato que los reconocidos como verdaderos artistas.
Además del apoyo, los padres de La Compañía lo pusieron a cargo del gran escultor Bernardo de Legarda para que puliera las aptitudes de Manuel para que mejorara su técnica en la escultura y la pintura. Así nació el gran Caspicara, uno de los mayores exponentes de la Escuela Quiteña.
FUENTE: Tunja — El Arte de Los Siglos XVI, XVII y XVII 1989
Manuel Chili, empezó a ser reconocido bajo el seúdónimo de Caspicara, que en quichua significa «cara de palo» quizá por su destreza para convertir la madera en asombrosas obras de arte. Caspicara vivía entregado a sus obras trabajaba hasta 12 horas diarias siempre sobre andamios y cerca de bordes peligrosos. Este constante trabajo por lo alto le originó un intenso miedo a las alturas. Cuentan que debido a esta fobia, Caspicara permanecía varias horas en silencio y con los ojos cerrados y esto terminaba por enfurecer al capellán de la iglesia que creía equivocadamente que Manuel dormía en lugar de trabajar.
La fama de artista se extendió por todo el nuevo y viejo mundo. Sus obras comenzaron a valorarse en muchos pesos de oro y sus imágenes de santos, cristos y vírgenes decoraban iglesias de todo nuestro país y también de Colombia, Perú, Venezuela y España. Es tanta la belleza y el realismo que ha impreso Caspicara en su obra que no han faltado quienes además les han agregado propiedades milagrosas.
Actualmente es difícil poner un precio a las obras de Manuel Chili ya que, por un lado, superarían los varios millones de dólares, mientras que por otro, son invaluables en tanto que son patrimonio cultural del Ecuador.
Como sucede con muchos artistas, Caspicara murío en la miseria más triste, abandonado en la soledad de un hospicio y despreciado por sus contemporáneos.
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