El Padre Almeida
Cuenta la leyenda que Manuel de Almeida Capilla, hijo de don Tomas de Almeida y doña Sebastiana Capilla, ingreso a los 17 años de edad a la Orden de los Franciscanos. Sus devaneos temporales tuvieron un punto final, cuando el Cristo de la Sacristía del Convento de San Diego, sobre el que se encaramaba para alcanzar la ventana por la cual escapaba a sus juergas nocturnas, puso fin con su famosa frase: ¡Hasta cuando Padre Almeida!.
Nuevamente enrumbado en las normas religiosas a las que se había comprometido, llego a ser Maestro de Novicios, Predicador, Secretario de Provincia y Visitador General de la Orden de los Franciscanos. Pero la historia de este personaje es mas larga y pintoresca, aparentemente ingresó al Convento de los franciscanos más que por una verdadera vocación, por un desengaño amoroso. Tan grande debió haber sido su decepción que decidió abandonar su vida ociosa y entrego todos los bienes que le correspondían por herencia a las otras dos mujeres de su vida: su madre y su hermana.
Sin embargo, el encierro y la oración hicieron poco para vencer sus ímpetus juveniles. Pronto la tentación llamo a su celda en la forma de un compañero de encierro que le converso sobre sus evasiones nocturnas para visitar a unas damiselas de la vida alegre que se prestaban a compartir sus encantos con los buscadores de aventuras.
Una noche, ataviados con sus sotanas, varios compañeros de la Orden, miembros de este grupo de «chullas quiteños» saltaron el muro del convento, y fueron a una fiesta concertada con una de las damiselas, que pretextando llegar a misa, se ponía en contacto con cualquiera de los frailes cuando pasaba el cepillo, para recoger limosnas durante la misa.
Al empujar la puerta de la casa de las divertidas jóvenes inmencionables que los esperaban, se sorprendieron al ver a un grupo de frailes franciscanos tomados de la mano con las señoritas, parece ser, que se les habían adelantado, pero aun así, la fiesta aquella noche fue larga.
Ilustración de Roger Ycaza, 2009
Fuente: rogerycaza.blogspot.com
Manuel Almeida se quedó fascinado con la aventura, y debido a su buen porte, el saber tocar la guitarra y su bien timbrada voz de tenor, logró conquistar los favores de las anfitrionas que se disputaban entre ellas, por colmarle de mimos. Y es así, como comenzaron sus escapadas del convento. Se convirtió en el promotor de las escapadas. Acabo haciendo sólo esas escapadas, ya que sus compañeros tenían miedo a ser descubiertos.El cura coadjuntor del convento, sospechando de alguno de los desmanes de los miembros de la congregación, mandó elevar la altura de los muros del convento, para que ya no fuese fácil escaparse.
Manuel Almeida buscó la manera de de salir de su encierro, y la encontró saliendo por una ventana de la capilla, pero para alcanzarla, debía utilizar una escultura con un Cristo crucificado a manera de escalera, hasta alcanzar sus hombros y saltar hacia fuera del convento.
Cuenta la historia, que repitió tantas veces la aquella operación de escapatoria, que una noche, el Cristo, cansado de tener que soportar el cuerpo del novicio sobre sus hombros, abrió los labios y le dijo:
¡¡HASTA CUANDO, PADRE ALMEIDA!!
Sorprendido al escuchar que el Cristo le hablaba, con la rapidez de su ingenio, el joven atinó a responderle:
¡¡HASTA LA VUELTA, SEÑOR!!.
La historia se repitió a la noche siguiente, y cuenta la leyenda, que una madrugada en la que el padre Almeida se había extralimitado en tragos, se encontró con un funeral, y al preguntar a uno de los acompañantes quien era el difunto, este le contesto: ”Es el padre Almeida que llevamos a sepultar”.
También cuentan que esa fue la última vez Manuel Almeida se escapó del convento, y desde aquella, se convirtió en el más devoto de los novicios y inicio una carrera que llego hasta la santidad.
El convento de San Diego, aún se levanta hoy en el mismo lugar que se edificó. Lo que ha desaparecido es el diario en el que se dice que le padre Almeida escribió sus memorias.
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